Contigo siempre by Sarah Dessen

Contigo siempre by Sarah Dessen

autor:Sarah Dessen [Dessen, Sarah]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9780593310793
editor: Penguin Random House Grupo Editorial USA
publicado: 2021-08-08T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 13

—¿Qué hora es?

—En teoría, no deberías preguntarlo, ¿recuerdas?

Habíamos acordado esa regla en torno a las cuatro de la madrugada, cuando el cielo aún estaba oscuro y faltaba un rato para que rompiera el alba. No obstante, dos horas y pico más tarde, el firmamento empezaba a teñirse de un tono rosado y el brillo de las estrellas se atenuaba por más que intentara retenerlo. La mañana había llegado.

Y estábamos donde todo había empezado, cerca del hotel, en la arena. Después de dar cuenta de la tarta y el café, recorrimos el paseo y luego la estrecha calle principal de Colby, dejando atrás un par de farolas titilantes y apenas un puñado de coches. Cuando el cartel del hotel asomó ante nosotros, brillante a la luz de los focos, quise seguir andando en la dirección opuesta, lo más lejos que pudiéramos. Pero el padre de Ethan tenía pensado emprender el largo viaje de regreso a Nueva Jersey a las ocho en punto. Así que, en vez de eso, volvimos a la playa, donde encontramos un montón de hamacas plegadas, desplegamos una y nos acurrucamos juntos.

Nunca me había sentido tan unida a alguien, jamás. Tal vez fuese por lo sucedido un rato atrás bajo el malecón. Yo tenía los labios pegajosos de fruta y chocolate y el aliento de Ethan emanaba el dulzor del café cuando me ayudó a tenderme en la arena húmeda y fresca. Esperaba estar nerviosa la primera vez y ni por un momento había imaginado que sucedería de ese modo. Sin embargo, cuando él me retiró los hombros del vestido y luego me bajó la falda, me sorprendí arqueando el cuerpo para acogerlo como si conociera cada movimiento de antemano y solamente tuviera que ejecutarlos. Me preguntó tantas veces si estaba segura después de ponerse el preservativo que al final le tapé la boca con la mano para hacerlo callar. Nos quedamos allí largo rato, con el viento levantando arena a nuestro alrededor de vez en cuando y mis rodillas dobladas hacia el pecho, mi cabeza en su hombro. Dejamos de hablar por primera vez en horas y en ese silencio oí todo lo que necesitaba escuchar.

Mirando el mar, sentada entre sus brazos, percibía el olor salitre de su camisa y, de fondo, el leve dejo de su colonia mezclada con el sudor. Era cuestión de tiempo que se acercara alguien, paseando con un perro o con un niño, para dejar claro que la playa, y la noche, ya no nos pertenecía solo a nosotros. Al pensar eso cerré los ojos con todas mis fuerzas, deseando una vez más que el tiempo se detuviera. Igual que el juego de Ethan con sus amigos, el canje, yo lo habría dado todo por unas pocas horas más.

Una gaviota graznó en el cielo según descendía en picado. En alguna parte sonó el claxon de un coche.

—Diez horas —me dijo Ethan directamente en el oído. Me volví para mirarlo. A la luz del día percibía nuevos detalles: la peca que tenía en la barbilla, la cicatriz sobre la ceja, la barba incipiente—.



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